CIPCA Notas

Rol y aporte de la mujer rural a la alimentación

Autor: Lorenzo Soliz Tito
Fecha: 17/10/2014

La última semana ha sido casi de infarto en Bolivia y de agenda con temas relevantes: día de la mujer, elecciones nacionales, día de la descolonización y la resistencia indígena; día mundial de la alimentación, día internacional de la mujer rural. Obviamente, más que las elecciones como tal, que han contado con la masiva participación de la ciudadanía, lo que ha copado la atención nacional han sido las dificultades del Tribunal Supremo Electoral por las fallas técnicas, las palabras incumplidas, la lentitud en el conteo, las denuncias que generan dudas razonables sobre los resultados, entre otros, y la necesidad de conocer los resultados finales así como la composición de la Asamblea Plurinacional.

En ese marco los otros temas han quedado obnubilados. Aquí queremos referirnos precisamente al día de la alimentación y al de la mujer rural, temas que están absolutamente vinculados con lo político. Algunas preguntas para la reflexión y el debate podrían ser: ¿quién alimenta al mundo?, ¿quién alimenta a la población boliviana? ¿Cuál el rol de la mujer rural? ¿Cuáles son los avances en estos temas?

Según la información oficial, en Bolivia existen 775 mil unidades productivas, de las que el 94% son unidades productivas campesinas indígenas y pequeños productores dedicados mayormente, pero no únicamente, a la producción de los alimentos que consumimos en el país; sin embargo apenas producen el 37% de la producción agroalimentaria y el restante 63% lo produce la agroindustria, mayormente orientada a la exportación. También datos estadísticos oficiales muestran que hay un estancamiento –a nuestro juicio escandaloso- de la producción alimentaria a cargo de ese 94% de productores tanto en superficie como en volumen y valor de la producción, a excepción de la quinua; lo que muestra que los esfuerzos realizados hasta ahora son importantes pero aún muy insuficientes.

A ello se añade que sigue en aumento la importación de los alimentos; en los últimos siete años se han triplicado en valor, de 136 millones de dólares en 2006 a 405 millones en 2013. En el caso del trigo se disminuyó la importación pero no logramos bajar del 60% del que seguimos dependiendo. El contrabando campea en el país por la escasez de controles, pero también estimulado por los consumidores, en buena medida seguro debido a su baja capacidad de compra. Entonces, en el mercado hay suficientes alimentos disponibles para el consumo, pero no es seguro que la población esté accediendo a esos alimentos en la cantidad y calidad que debería, y la soberanía alimentaria aún es una asignatura pendiente.

Pero aún con esas dificultades, restricciones y estancamiento en el sector indígena originario campesino, la producción de alimentos tiene “rostro de mujer”. De los 3,27 millones de habitantes del mundo rural, 1.566.271 son mujeres, según datos el Censo 2012 ajustados a junio de este año. Son ellas, debido a las migraciones temporales o a la estrategia de combinar actividades económicas familiares en el mundo rural y urbano, las que mayormente quedan a cargo de las actividades en el predio rural, sobre todo en el altiplano y los valles. Son ellas quienes, además de producir buena parte de los alimentos para sus familias, producen para nuestra mesa.

Pero también son ellas quienes mejor preservan la biodiversidad en los medios rurales desde los andes, el chaco y la amazonía; preservan, cuidan y “crian” la diversidad de las semillas, los conocimientos y tecnologías ancestrales que siguen aportando a la ciencia moderna y al conocimiento.

Es oportuno reflexionar en estos días en que se celebra el día internacional de la mujer rural, que no sólo se invisibiliza su rol de productora de alimentos y su aporte a la economía familiar y del país, sino todos los roles conexos, que son relevantes para nuestra alimentación, pero más aún, para la vida. Ni qué decir de sus otros roles en las organizaciones y en el campo político, por lo general sin disminuir la recarga de trabajo que todavía  deben soportar por las actividades domésticas, que han sido poco asumidas hasta ahora por el resto de la familia, especialmente por los varones.

En el marco de la agenda Post-Año internacional de la agricultura familiar 2014, se debería incluir en la agenda 2025, precisamente el potenciamiento durante la próxima década a los agricultores familiares y comunitarios como actores relevantes de la producción de alimentos sobre todo para el país, y más específicamente del potenciamiento de las mujeres en su rol de productoras: mejorando y facilitando las condiciones en que realizan sus trabajos, con mayor capacitación e innovación tecnológica para alivianar el esfuerzo humano que realizan; eliminando o disminuyendo los riesgos a los que están expuestas; avanzando en procesos de transformación y valor añadido a su producción o generando nuevas alternativas económicas en el sector secundario y terciario; con asignación específica de inversiones para sus actividades productivas. Empero, también se requiere la aplicación de la normativa ya existente para la supresión o cambios de las condiciones que les genera sobrecarga laboral y discriminación; cambios en la familia, en la sociedad, en la cultura y la educación, etc.

Sólo así podremos aproximarnos no sólo a la seguridad alimentaria sino a la tan ansiada soberanía alimentaria en que las mujeres, sean adultas o jóvenes – y siempre que así lo quieran- continúen realizando sus diversos roles en la alimentación del país, pero en condiciones absolutamente distintas y nuevas.

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