CIPCA Notas

Relaciones inesperadas

Autor: Foro Andino Amazónico de Desarrollo Rural (*)
Fecha: 11/11/2013

En este  siglo XXI que ya anda acercándose a la primera mitad de su segunda década,  1.200   millones de personas en el mundo viven en situación de extrema pobreza, lo que quiere decir que sobreviven con menos de 1,25 dólares diarios. Es ese mismo mundo que mira, aparentemente impertérrito a 842 millones de hambrientos. Estas cifras se hacen más dramáticas cuando se leen específicamente en clave rural, ya que el 75% de la población que padece hambre se encuentra en el campo. Y, sin embargo, hay 450 millones de pequeñas propiedades rurales que producen el  70% de los alimentos consumidos en el mundo.


¿Cómo compatibilizar esa visión de catástrofe con la de un mundo que, al mismo tiempo, se conecta, expande la información de forma simultánea a través de las aparentemente infinitas pistas cibernéticas por las que circulan con la misma alocada, imparable intensidad datos, precios, negocios y discursos?


En el marco de la ya suficientemente reconocida crisis financiera, si bien no paran los  circuitos de compra y venta y de circulación del dinero, se expande una creciente preocupación por los precios y el acceso de los alimentos. Desde Sudamérica se insiste en la necesidad de reconocer y condenar el hecho de que los alimentos sean utilizados como mercancías financieras, que el negocio a gran escala de la agricultura se expanda a través de la acaparación de la tierra y de la desocupación de millones de agricultores que se ven obligados a vender, rentar o abandonar sus parcelas y su forma de vida.


Son fenómenos sociales que aparentemente sólo concitan la preocupación de los gobiernos cuando los problemas estallan en las agendas noticiosas a través de datos que consignan la escasez o el alto precio de los alimentos. Entonces, quienes en el discurso político son "panregionales” o integracionistas, se vuelven rabiosamente protectores, quieren cerrar fronteras y proteger las producciones nacionales. La crisis toca a la puerta de distintas formas, pero las reacciones parecen ser las mismas sin importar el tiempo ni las declaraciones ideológicas.


Más allá de la danza de los números a nivel mundial y de los discursos de las altas esferas políticas a nivel regional, la gente se mueve de una zona a otra y de un país a otro, cruzando las líneas imaginarias de las fronteras y los amplios océanos, a pie, en avión o en inciertas navegaciones. Y con la gente van los productos, los oficios, los brazos para el trabajo y los saberes. En los suburbios de Buenos Aires familias de migrantes bolivianos y paraguayos llevan las verduras para la mesa diaria de una ciudad que no conoce el descanso;  en Santiago de Chile trajinan migrantes peruanos;  en Venezuela parte de los alimentos llega  por el trabajo de familias colombianas;  el norte de Perú cosecha sus productos de exportación gracias a una masa que se mueve estacionalmente de una zona a otra… Al final, en esta movilidad humana se pueden encontrar las verdaderas claves de las respuestas de la gente hacia los juegos del hambre. Pero siguen su camino a solas, porque para los Estados sólo existen cuando ellos mismos, lo que hacen o lo que dejan de hacer se convierte  en problema.


Quizá una de las principales sorpresas de la vida cotidiana actualmente es que hay más conexiones entre procesos aparentemente disímiles de lo que se cree o se aprecia a simple vista. Pero agudizando la mirada se las encuentra con relativa rapidez. Un ejemplo de ello fue el ejercicio que se hizo recientemente en la Mesa Relaciones Transfronterizas y Economía Campesina del segundo Encuentro del Foro Andino Amazónico en la ciudad de La Paz, Bolivia.


El ejercicio sentó a la misma mesa a tres expositores con procedencias y experiencias tan diversas como complementarias: un inglés, investigador y activista de la lucha contra la pobreza; un sociólogo boliviano que lleva ya una década de trabajo sobre experiencias emigratorias de sus conciudadanos en la región; y un economista colombiano, docente universitario que le anda siguiendo la pista al impacto de los Tratados de Libre Comercio (TLC) sobre la producción agrícola campesina.  

Muestra muy clara cómo hasta los diseños, por más finos que parezcan, generan correlaciones y resultados que son contraproducentes para sectores que ya tenían las de perder, pero también para el conjunto de las naciones.

 

(*) Instituciones dinamizadoras del Foro Andino Amazónico de Desarrollo Rural: CIDES/UMSA, CIPCA, Fundación TIERRA, IPDRS.


Artículo publicado el domingo 10 de noviembre en Página Siete.

 

 

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