CIPCA Notas

Recuerdos personales de Barnadas

Autor: Xavier Albó (*)
Fecha: 13/10/2014

"Trenzó en su vida cuatro vocaciones vivenciales, sin que ninguna de ellas engullera a las otras: como catalán (más que español a secas); boliviano (enfatizando sus rasgos étnicos plurinacionales y plurilingües); historiador, en el sentido más profundo de la palabra; y católico, también en un sentido amplio de la palabra, no limitada a lo eclesiástico”.

Josep M. Barnadas trenzó en su vida cuatro vocaciones vivenciales, sin que ninguna de ellas engullera a las otras: como catalán (más que español a secas); boliviano (enfatizando sus rasgos étnicos plurinacionales y plurilingües); historiador, en el sentido más profundo de la palabra; y católico, también en un sentido amplio de la palabra, no limitada a lo eclesiástico. Lo que sí quedó engullido por esas otras vocaciones fue su primera vocación como jesuita, que le trajo a Cochabamba, Bolivia, ya a sus 17 años y que le siguió marcando hasta principios de la década de los años 70. El texto suyo que mejor recoge esos aspectos autobiográficos es Una vida entrevista (Cochabamba, Verbo Divino, 2005). Empezó como entrevistas con Marcela Inch y concluyó como un "mono-diálogo” en que él mismo se pregunta y responde cada tema.


En 1971 se creó, en la calle Illampu 733 de La Paz una comunidad experimental mixta conformada por seis sacerdotes jesuitas y dos familias de dirigentes universitarios de izquierda ya casados: Óscar Eid, su esposa Lucy Jordán y su hijito Camilo; y Hans Moller, su esposa Alcira Zeballos y, a punto de nacer, su hijito Mauricio. Los jesuitas que ahí estábamos éramos Pepe Prats y Pedro Negre, que trabajaban ambos con universitarios; Luis Espinal, más vinculado con medios de comunicación; y Francisco Javier Santiago, Lucho Alegre y yo, que estábamos fundando CIPCA.


Pronto se nos unieron el entonces novicio jesuita Godofredo Sandoval y nuestro Josep M. Barnadas, que retornaba al país después de haber concluido su célebre tesis doctoral en Sevilla, sobre Charcas. Para publicarla, Barnadas escogió el paraguas institucional de CIPCA; recuerdo las muchas horas nocturnas que me pasé leyendo en mi cama, poco a poco, aquel grueso ms. En esos primeros años elaboró y publicó otras dos obras con CIPCA y, en 1982, la primera versión de "la cara campesina de nuestra historia”, fruto de charlas conjuntas mías y suyas para formación de personal de la red Unitas. La tercera edición ampliada de 1990, precisó mejor, entre otros, el título:  La cara india y campesina  como se explica en el Prólogo y en el nuevo capítulo VIII de Barnadas.


El golpe de Banzer de agosto 1971 exigió cambios en la composición y actividades de nuestra comunidad. Los dos dirigentes universitarios debieron hacerse humo mientras sus "viudas a.i.” seguían protegidas en nuestra comunidad jesuita, lo que la hacía aún más atípica. Debieron alejarse también Pepe Prats y Pedro Negre, forzados a dejar el país. Santiago se fue por otras razones y en cambio se instaló en nuestra comunidad Gloria Ardaya, mientras su marido era primero detenido y después debió esconderse e irse a la Argentina, donde se le unió después Gloria. He estado la semana pasada con ella y me ha recordado lo muy cariñoso que era Barnadas con sus hijos y también la generosidad con que la apoyó financieramente en un momento de apuro.


Barnadas se fue pronto a estudiar aymara con el P. Santiago Monast en Turco, Oruro. Quedó impresionado por la biblioteca que Monast tenía allí, aislado en ese último rincón del altiplano, y también por su apertura a la cultura aymara que modificaba todos sus esquemas previos teológicos y misioneros. Allí le tocó vivir una peripecia poco conocida del primer año de Banzer. Josep M. se había comprometido a estar con nosotros en un retiro-reflexión en Cochabamba. Pero, por alguna razón que ya no recuerdo, se habían suspendido los medios de transporte y Barnadas tuvo que pegarse su viaje a Oruro en bicicleta y llegó a Cochabamba con varios días de retraso.


En las reuniones periódicas que teníamos como comunidad, él muchas veces se mantenía silencioso y si le pedíamos su opinión respondía "cuando tenga algo que decir, ya lo diré”, y lo remataba con una chupada a su pipa. Una vez, estábamos discutiendo cómo reacomodar nuestras habitaciones por los que habían salido y llegado. Hacíamos cuentas y de vez en cuando él decía: "no es así”, le volvíamos a explicar, hasta que él nos aclaró: "Es que yo me iré: dejaré la Compañía y me casaré”. Nos cayó muy de sorpresa.


En realidad lo había estado madurando desde un tiempo atrás y había hecho incluso un retiro especial con el P. Jorge Centellas para discernir el asunto en profundidad. Se casó por lo civil con Consuelo en Cochabamba el  6 de julio de 1974, incluyendo una celebración religiosa ad hoc en la  que estuvo Centellas y también yo.   


El padrino de ese matrimonio fue Jesús Lara, el célebre novelista, quechuista y comunista con quien yo había charlado ya varias veces desde que hice mi tesis sobre sociolingüística quechua, que a él dediqué. En aquella celebración nos volvimos a encontrar y tertuliar por última vez.
Pasados los años, Barnadas había vuelto a Catalunya por razones sobre todo laborales. Llevó consigo a su familia, a la que, con todo, resultaba medio complicado adaptarse a esa nueva situación. Su fuente más estable de ingresos, muy flexible, era como traductor oficial de Naciones Unidas para aquellos documentos y en aquellos lugares y eventos que cada año acordaran por ambas partes. Él logró entonces combinar muy bien aquel tipo de trabajo, financiado por las Naciones Unidas, con sus intereses investigativos y pudo visitar diversos lugares del mundo en que había materiales y personas relevantes para la historia boliviana. Sorprendente fue lo que le ocurrió en uno de esos viajes, esa vez por la Europa Oriental, al conocerse con quien tenía acceso al largo manuscrito en latín del jesuita húngaro Francisco Eder sobre Moxos. Años después, sin mayores detalles del remitente, le llegó por correo una copia de aquel manuscrito y Barnadas se lanzó agradecido al arduo trabajo de traducirlo y publicarlo, con el apoyo de la Compañía de Jesús boliviana.


En ese tiempo se le ofreció también en Barcelona un importante cargo como catedrático vitalicio de historia en la Universidad de Barcelona. Ya lo había aceptado estableciendo fechas y condiciones para iniciar sus nuevas funciones. Pero, mientras él estaba realizando traducciones en otro país europeo, su familia, con la venia de la familia de Barnadas, decidió retornar a Bolivia; se lo comunicaron cuando ya estaban en el avión hacia Bolivia. Ante la disyuntiva de consolidar su familia perdiendo aquella óptima oportunidad laboral o consolidar su estabilidad laboral perdiendo a su familia, optó por lo primero; y de paso se reforzó también su compromiso con el país.


Su otra gran oportunidad profesional la tuvo cuando, ya de nuevo en Bolivia y por sugerencia del propio Gunnar Mendoza, se le designó como director del Archivo y Biblioteca Nacional de Bolivia. Le hizo mucha ilusión y se volcó con entusiasmo a ese nuevo cargo. Pero no logró acomodarse al manejo y trato de la Fundación Cultural del Banco Central, por lo que al final renunció.


La última vez que charlé con Barnadas fue en Cochabamba hace unos meses. Él había solicitado a diversos amigos sugerencias para un proyecto pendiente sobre su visión sintética de la evolución de la Iglesia Católica boliviana en su conjunto (no sólo la de los eclesiásticos) y sobre ello estuvimos charlando cálidamente como hacíamos siempre. Ya en 1976 había esbozado un primer ensayo sobre ello, en el marco de Cehila, solicitado por Presencia para su edición especial del Sesquicentenario. Pero el periódico desestimó incluirlo en aquella edición, por lo que Barnadas lo publicó por su cuenta.
Me habló ya esa última vez de los avances de su diabetes, que cualquier día podía jugarle una mala pasada. Así ocurrió antes de lo que todos deseábamos.

 

(*) Xavier Albó es antropólogo, lingüista y jesuita


Artículo publicado el domingo 12 de octubre de 2014 en Página Siete

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