Autor: (*) Ismael Guzmán
Fecha: 26/10/2011
La VIII Marcha Indígena, luego de sus penurias y algarabías, soledades y conglomeraciones sociales, sus pausas y aceleraciones, ha concluido en su fase movilizada y lo que resta de aquí en adelante es el proceso de seguimiento y evaluación de la implementación de los acuerdos firmados con el gobierno sobre los 16 puntos de la plataforma de demandas planteada.
Las enseñanzas que deja esta movilización al conjunto de la sociedad boliviana son múltiples y no siempre fáciles de asimilar. Por ejemplo, es probable que a partir de la marcha indígena el gobierno asimile de mejor manera que expresiones a veces manejadas más como consigna: “gobernar obedeciendo”, “respeto a la madre tierra”, “Estado plurinacional”, cuando el pueblo las internaliza en su imaginario colectivo, se constituyen en verbo y no sustantivo, como reza la canción. Asimismo, el desarrollo y desenlace de esta marcha indígena, le plantea al gobierno una lección que también es válida para todas las formas de expresión de poder: subestimar la capacidad política de un actor social “minoritario”, a veces es un arma de doble filo.
Por su lado, el movimiento indígena, al margen del capital político acumulado, la unidad sectorial fortalecida y la mejor comprensión social y posicionamiento de sus visiones de vida y desarrollo alcanzado en el transcurso de la marcha, también le queda como aprendizaje que para lograr el respaldo social masivo, como el recientemente ocurrido, hay que tener reserva moral y entereza política, hay que tener valor, convicción y respeto, rasgos éstos expresados en el carácter pacífico y perseverante de la marcha indígena.
A la opinión pública le quedará el aprendizaje que la sensibilidad social y los valores humanitarios, son el primer paso para la reacción colectiva y la movilización espontánea en la búsqueda de justicia y respeto a los derechos humanos amenazados o transgredidos. Le quedará el aprendizaje que en determinadas coyunturas sociopolíticas, la espontaneidad puede prescindir de las convenciones orgánicas o de los tradicionales vínculos políticos intersectoriales. La ciudadanía ahora comprende mejor que la indignación social es suficiente arma para contrarrestar la soberbia política y es un antídoto colectivo para despojarse así mismo de la indiferencia ante la injusticia.
Es en ese marco de aprendizajes que se entiende lo espontáneo y contundente cuando la población de Caranavi, de Pongo o de la ciudad de La Paz recibió y homenajeó a los marchistas. Fueron reacciones sociales masivas, pero sin el precedente de convocatorias formales, fue un encuentro de la interculturalidad sin conductos regulares de por medio, fue una convergencia multisectorial sin coordinaciones previas.
Por estas características del apoyo ciudadano a la marcha indígena, es posible aseverar que esta movilización colectiva no tiene precedentes en la historia del país y por tanto es una experiencia de nuevos aprendizajes para todos. Es cierto que antes hubo movilizaciones mucho más contundentes, pero estuvieron marcadas por su carácter sectorialista o por alianzas sectoriales históricas, es decir, fueron convergencias previamente organizadas, previamente convocadas, previamente perfiladas. Eso fue lo que ocurrió en 1952 para transformar el país, eso mismo ocurrió en 1978 y luego en 1982 para recuperar la democracia, o el 2003 para recuperar la propiedad de nuestros recursos naturales y la dignidad como país. Fueron convergencias sociales igualmente legítimas y quizá aún más profundas, pero sin la espontaneidad ciudadana del recibimiento dado a los marchistas.
Pero cuál fue el factor aglutinante del diverso espectro social de la población boliviana convergida en torno a la marcha indígena? Desde nuestro punto de vista fueron dos los factores principales que generaron este fenómeno sin precedentes en la historia de las movilizaciones sociales: 1) el amplio descontento social ante la actual orientación de la gestión pública y sobre todo política del actual gobierno y, 2) el deseo de preservar el TIPNIS en tanto área de reserva ecológica amenazada por un mega proyecto, como lo es la construcción de la carretera Villa Tunari-San Ignacio de Mojos.
Es así que se entiende la determinación masiva de la ciudadanía, de asumir una postura de respaldo militante, expresada primero a través de energías positivas hacia los marchistas a la distancia, luego mediante las reacciones públicas de indignación cuando la marcha fue violentamente intervenida, para finalmente esperarlos con los brazos abiertos y el corazón alborozado en las veredas de la ciudad y declararlos héroes nacionales.
Pero además de los aprendizajes, la marcha indígena deja al país entero un valioso superávit: una profunda revitalización de la conciencia medioambientalista expresada en la defensa del TIPNIS. Este incremento ostensible de la sensibilidad ciudadana hacia la preservación del medio ambiente, sin duda constituirá de aquí en adelante un elemento-fuerza insoslayable en la agenda política nacional y constituirá un referente obligado en la evaluación ciudadana de la gestión pública y la actitud de los operadores políticos. Con la marcha indígena, el país ingresa en una nueva era de activismo ecológico.
Resulta igualmente un saldo valioso el hecho que a través de la marcha indígena el país haya recuperado la unidad nacional, que al parecer empezaba a resquebrajarse en estos dos últimos años, que el país haya recuperado la confianza en tanto fuerza social capaz de perfilar la agenda política y las bases del modelo de Estado al que aspiramos los bolivianos. Por tanto el saldo de la marcha es positivo.
(*) Ismael Guzmán, sociólogo de CIPCA Beni
Por una Bolivia democrática, equitativa e intercultural.