Derechos económicos

Las mujeres rurales entre las transformaciones agrícolas

Reportajes

Las mujeres rurales entre las transformaciones agrícolas

Las reformas legales formales adquieren importancia discursiva y simbólica sin plena aplicación. Foto: dona.worldvision.es

Autor: María del Carmen Sánchez
Fecha: 11/11/2015

La insistencia en las condiciones de desventaja de las mujeres que las mostraron en los primeros puestos de la pobreza, como víctimas de violencia y con la pesada carga de trabajo que implica su participación económica en el mercado laboral y su participación política, fue la forma de visibilización de la desigualdad estructural en la que se encuentran las bases iniciales para exigir y conquistar sus derechos.

Desde otra perspectiva, se enfatizó en el reconocimiento de los aportes a la economía, la cultura, el desarrollo, pero en desigualdad de condiciones. Este reco- nocimiento discursivo acerca de las contribuciones de las mujeres y, en particular, de las rurales no encuentra correspondencia con la realidad de marcada desigualdad en el acceso a recursos educativos, tecnológicos, de tierra, crédito y productivos, que ha conducido a que la agenda política de las mujeres rurales no sea solo de reconocimiento social y cultural, sino de redistribución económica.

Si bien se ha desplegado políticas y programas estatales y privados, no se ha comprendido que no se trata solo de introducir la perspectiva de género de una manera tecnicista, de ampliar las posibilidades de empleo, de mejorar los términos de su producción y productividad ni de mejorar sus posibilidades de inserción en el mercado de bienes.

Estas medidas son favorables, pero, si pierden su finalidad, se abre una gran compuerta para que la explotación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo femenina se intensifique.

Factores conectados

La globalización, con múltiples y complejos despliegues, en especial en países como el nuestro, representa la expansión del capitalismo en diversas maneras, recurriendo, incluso, a formas de trabajo que no solo son salariales, sino el trabajo familiar no remunerado y otras que se suponían superadas como la servidumbre, que expone de manera nítida el carácter depredador del capitalismo en la fuerza de trabajo y en los recursos naturales, en esta lógica del despojo de las condiciones básicas de reproducción humana con una influencia nociva en las mujeres rurales por su papel fundamental en este ámbito.

El modelo económico actual, aun con eufemismos como el desarrollo, busca la modernización paulatina de la agricultura, que es consolidada y profundizada bajo un modelo que reorganiza la pro- ducción, reordena los territorios y ejerce nuevas formas de control de la fuerza de trabajo y de los recursos naturales con racionalidad comercial y de exportación.

Uno de sus impactos más importantes es el desplazamiento de las mujeres en un proceso creciente de su importante aporte a la producción de subsistencia hacia la producción comercial.

Las transformaciones rurales y agrarias han reconfigurado la dinámica rural y agrícola, en cuyo contexto se evidencia tres principales tendencias en cuanto al trabajo de las mujeres: la reducción del empleo agrícola rural; el incremento de las mujeres en actividades no agrícolas y el paulatino aumento de la ampliación del trabajo asalariado.

A pesar de que estas tendencias toman cuerpo, la actividad agrícola ocupa a la mayor parte de la población rural, en especial a las mujeres. La participación de ellas en la agricultura es preponderante, es decir que la economía rural tradicional agrícola, a través de la pequeña agricultura familiar de subsistencia, concentra a la mayor cantidad de las mujeres rurales.

Reconocimiento de las mujeres rurales, alcances y límites

En el caso de las mujeres indígenas/campesinas/originarias se destacan tres ámbitos de reconocimiento: Desde lo cultural se privilegia el perfil como garantes de la preservación y reproducción cultural. Desde lo ambiental como cuidadoras y protectoras de los recursos naturales, bosque, agua. Desde lo económico se subraya el aporte económico y productivo como su actual y potencial contribución a la seguridad y soberanía alimentaria.

En estas perspectivas predomina una concepción esencialista y utilitarista que no logra que las mujeres asuman la condición de sujetos sociales y económicos en igualdad de condiciones y de derechos con ejercicio de autonomía, libertad y de ciudadanía plena. El reconocimiento, que es importante, fue expresado en leyes y disposiciones que contemplan los derechos de las mujeres. Este reconocimiento legal tuvo impacto con adecuaciones a las características culturales de contextos específicos.

Las leyes tienen efectos culturales en procesos lentos con tendencia a su funcionalización e instrumentalización al sistema patriarcal/colonial/capitalista domi- nante, de tal manera que, paradójicamente, con leyes progresistas se mantiene y reproduce la subordinación y dominación de las mujeres.

Las reformas legales formales adquieren importancia discursiva y simbólica sin plena aplicación, así, la brecha entre la ley y su aplicación contribuye a la reproducción de la desigualdad estructural de género en nuevos contextos y con nuevos desplazamientos en la relación colonial y capitalista.

La Constitución Política del Estado (CPE) introdujo el reconocimiento y valorización al trabajo de las mujeres en dos dimensiones: el trabajo productivo y el trabajo reproductivo. En cuanto al primero implantó el criterio redistributivo con medidas de acceso a recursos productivos como el derecho al acceso a la tierra (artículo 395) y la obligatoriedad de establecer políticas que eliminen la discriminación de las mujeres (artículo 402).

Con referencia al trabajo reproductivo, dispuso la necesidad de valorizar el trabajo del hogar al ser fuente de riqueza (artículo 338), cuya finalidad es visibilizar el aporte económico de las mujeres en éste ámbito.

Estas conquistas no son aplicadas, no tienen un correlato con medidas prácticas que permitan esta valorización negada por el enfoque vigente de la economía que rige los métodos de valorización de la producción nacional sin considerar el trabajo no remunerado y no mercantil que realizan las mujeres en forma generalizada en la esfera reproductiva.

Esta vital actividad, que es también económica, aparece como no trabajo y como no económico, sin permitir la visibilización del aporte económico real de las mujeres en la producción de bienes y servicios producidos en las unidades de la pequeña agricultura familiar en ambas perspectivas intrínsecas: la producción de bienes para el consumo y para el mercado y la producción de bienes y servicios destinados a la reproducción de la fuerza de trabajo que no pasa por el mercado.

El aporte económico de las mujeres rurales, indígenas, originarias y campesinas

Su aporte económico debe ser comprendido en el actual contexto de transformaciones rurales y de la agricultura; transformaciones que se dan en la estructura productiva, en las dinámicas territoriales, en la creciente importancia de la economía rural no agrícola, condicionada por el deterioro de los recursos naturales y la incremental intervención del Estado a través de nuevos procesos como la autonomía y programas de desarrollo y dotación de servicios, con el sustrato del despliegue político actual.

Ante la persistencia de la pobreza estructural, la inseguridad alimentaria y los nuevos términos de la demanda comercial surgen con renovada importancia estratégica la agricultura, los recursos naturales y el trabajo humano, en cuyo contexto adquiere cada vez más importancia el trabajo de las mujeres rurales; importancia planteada explícitamente en un contexto de crisis alimentaria, crisis ambiental y crisis económica; crisis que se estima que se profundizará en  América Latina.

Las tendencias del desarrollo agrícola están basadas en la apertura comercial, la especialización en rubros no tradicionales y el crecimiento de las actividades no agrícolas con el ascenso del empleo rural no agrícola.

La diversificación de los empleos rurales con énfasis en actividades no agrícolas ha modificado las formas de inserción económica de las mujeres rurales, las mismas que son parte activa en esa diversificación. Según datos de la fao (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura), más del 50% de las mujeres rurales en América Latina trabajan en actividades no agrícolas y para el 45% es su ocupación principal.

La importante participación en la generación de ingresos procedentes de actividades fundamentalmente agrícolas, pero en tendencia creciente en actividades no agrícolas, es  un fenómeno que va en ascenso aunque la mayoría de las mujeres permanece aún en la pequeña agricultura familiar, siendo la participación en Bolivia una de las más altas de América Latina, el 77% de las mujeres rurales se mantiene en agricultura, ganadería y caza.

La tasa de participación global de las mujeres en el área rural asciende a 66,12% frente al 82,39% de los hombres. La tasa de ocupación es de 65,41% y de los hombres de 81,84%, la tasa global de ocupación de mujeres es de 98,93% y el de los hombres de 99,33% (ine).

La agricultura es el factor definitorio de los espacios rurales con dependencia de la ubicación y disponibilidad de recursos naturales para su existencia. Aunque se despliega procesos transicionales hacia em- prendimientos de predominio del capital, la agricultura presenta una estructura dual, compuesta, por un lado, por empresas formalizadas con orientación a mercados competitivos y globales responsables de una alta proporción del producto sectorial.

Por otro lado, se mantiene una agricultura con precario acceso a activos productivos, baja productividad, menor integración a los mercados, pero responsable de una alta proporción del mercado laboral del sector y de la producción de algunos productos agrícolas, esencialmente alimentos básicos, en cuyo espacio se encuentra inserta la mayor parte de la población laboral femenina rural.

La agricultura familiar y los pequeños emprendimientos agrícolas significan una alta proporción de empleo y constituyen una de las bases fundamentales de la vida rural desde la perspectiva poblacional, social, cultural y económica.

Diversos esfuerzos han permitido estimar su participación en la producción y los valores correspondientes, evidenciando el importante aporte económico de las mujeres en los hogares rurales pobres y no pobres, de manera aproximada, man- teniéndose la valorización del aporte económico aún como un desafío obstaculizado por las formas de construcción del conocimiento en la economía que niega valor a lo que no es mercancía.

Mercancías y valorización

De referentes aproximados se tiene que las mujeres presentan un promedio de 38,10 horas trabajadas por semana en agricultura, pecuaria y pesca (los hombres registran 43,40 horas), tomando en cuenta esta actividad como ocupación principal.

En 2013 se registró que las mujeres tienen como ingreso promedio mensual en la agricultura, pecuaria y pesca 588 bolivianos, en cambio, los hombres reportan 1.119 bolivianos, lo que representa una brecha del 48%. En el área urbana, en la misma ocupación principal, las mujeres obtienen 1.430 bolivianos y los hombres 2.103.

En esta relación se muestra dos fenómenos: I. la permanencia de la brecha de género en ingresos urbanos y rurales y la brecha entre mujeres urbanas y mujeres rurales, que expone los bajos ingresos como un indicador de precariedad en el área rural. II. la brecha de género en el ámbito rural.

Las formas de estimación invisibilizan el trabajo no remunerado de las mujeres en la agricultura, pecuaria, caza y pesca porque se subestima su participación en los cálculos de producción y de ingresos de la pequeña agricultura familiar.

Por otro lado, para la economía solo cuenta el trabajo mercantil, aquel destinado a la producción de mercancías que es reconocido como trabajo productor de valor y no aquel que es productor de vida, que es trabajo no mercantil y no remunerado que cumple papel fundamental en la reproducción de la fuerza de trabajo y en el proceso de acumulación capitalista.

El trabajo de las mujeres en la producción es subvalorado y, específicamente, en la producción para el consumo familiar que se concentra de manera importante bajo su responsabilidad; se ignora la existencia del trabajo reproductivo de las mujeres, su importante aporte en la reproducción de la vida a través del cuidado, que contribuye decisivamente a la sostenibilidad de la vida.

La economía expresa su gran fallo que privilegia el capital en forma unilateral e inhumana. Se calcula el valor de las mercancías, no importa el valor de la vida. Las mercancías generan ganancias, la vida se ha convertido en un recurso para la acumulación del capital.

Las construcciones del conocimiento son fundadas sobre supuestos criterios de verdad que segregan, excluyen y terminan en presentar a las mujeres con menores capacidades y aportes económico productivos y a la pequeña agricultura familiar como tradicional, sin competitividad y con la necesidad de su desaparición para dar lugar a emprendimientos de orientación comercial, mono productora, competitiva y de exportación, bajo nuevas formas de explotación del trabajo de las mujeres, de relaciones de subordinación al capital, sin modificar sustantivamente sus condiciones de vida y profundizando la desigualdad de género y económica.

(*) María del Carmen Sánchez, Es investigadora en temas rurales, género y trabajo.

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